Los silenciosos

Algunos de nosotros ya no tenemos voces. Aún así, al borde del abismo nunca hay silencio. Los gritos se impostan unos sobre otros, no hay espacio para sentir compasión por un individuo cuando es el todo el que llora.

Ya no tenemos ojos, o boca, u oídos. Ya no tenemos lujurias, pero tampoco paciencia. No creemos en promesas. Si quisiera mentir diría que es un lugar frío y desolado, pero ninguna de las dos palabras hace ningún sentido para nosotros.

Nuestras mortajas se rozan, algunos caminamos tomados de la mano. Pero no hay necesidad de temer, eso solo un terror atávico a la oscuridad. No podemos caer, no nos podemos perder. Eso significaría cambiar de un estado a otro, la sola idea parece
imposible. Aquí en Silencio, todo es para siempre, o para nunca. No he decidido cuál de las generalidades voy a usar.

No hay cadenas, no hay llamaradas. Los nuevos igualmente gritan, lloran y piden perdón a las sombras que no escuchan. Los consolamos, pedimos sus historias. No mienten, no tiene sentido en este lugar.

Silencio es más viejo que el más viejo de nosotros. Qué o quién lo creó importa muy poco, quizás es simplemente parte de la geografía enferma del universo. ¿Cuántos somos? No sé decir un número. ¿Qué tan grande es este lugar? Grande,  pero no infinito. Hemos tocado sus paredes. Algunos de nosotros pueden flotar arriba y abajo, o a sus costados. Otros han caminado en busca de una frontera en la oscuridad. No sabemos cuál es la forma exacta de este lugar, pero sabemos, que como todas las cosas, posee un fin.

La imaginación no muere con el cuerpo. Hemos elucubrado tantas teorías, tantas ideas surgen y mueren. Hablamos de dioses, de bestias, de diablos y tormentas. Pero olvidamos rápido. La miseria es más fuerte, más real, más personal.

Los muertos caemos unos sombre los otros. Humillados hemos sido. ¿Quién es ese que nos atormenta? El recuerdo, no la culpa. Somos solamente eso, la persistencia de una impresión hecha en el todo, pero sin una biología para sostenerla.

Uno de nosotros grita, no es uno de los nuevos. Sabemos lo que ocurre, recuerda. A veces nos perdemos entre esos ayeres y el ahora. ¿Hay diferencia? No lo sé.

Nuestras manos toman el recuerdo de su cuerpo y ahí, en medio de aquel lugar rompemos el silencio.